miércoles, 19 de noviembre de 2008

Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir.

Siempre me han incomodado, y hasta preocupado en determinadas ocaciones, los silencios que pesan. A todos nos ha pasado alguna vez. Por supuesto sin llegar al extremo de la incontinencia verbal, y sin que tampoco sea obligatorio hacer gala de una gran extroversión, pero creo que siempre es agradable encontrar a personas que faciliten la comunicación, que den pie a una conversación, que colaboren en que haya palabras que hagan más fácil de soportar la mutua estancia vital, ya sea ocacional o habitual. Otra cosa es saber tener la inciativa , saber qué decir en cada momento, saber cuándo callar o dar por concluida la plática, o saber conducir o llevar el peso de una conversación. Esto es algo más complejo y hay que asumir que no siempre se estará acertado.

También me intriga qué pasa por dentro de esas personas que se encierran en su silencio. No me refiero a algo circunstancial. Cualquiera puede caer en episodios de silencio, motivados por sentimientos o pensamientos que nos absorben de tal manera que reaccionamos recreándonos en ellos, lo que implica vivirlos hacia dentro y caer en cierto mutismo: así sucede cuando nos invade la tristeza, la preocupación, el enfado. También se precisa y se aconseja silencio para pensar, estudiar o meditar cuestiones importantes. Pero yo me refiero a las personas calladas de continuo, parcas en palabras, aferradas a un mutismo persistente que lleva a pensar que viven en sus silencios. A veces es simplemente timidez o introversión. Quizá no dicen nada porque sencillamente no tienen nada que decir. Tal vez, es hastío, y se reservan en exclusiva para interlocutores afines. A lo mejor, se trata de un deseo de aislarse del mundo, en cuyo caso, se podría presuponer un rico mundo interior, por supuesto envidiable, pues es capaz de suplir la necesidad de comunicarse con los demás. No lo sé.

Una aportación para la reflexión, extraído de un libro:
"Aunque para mí, como para casi todos los seres humanos, el silencio pueda llegar a ser muy molesto, siempre he estado acostumbrada a que lo llenen los demás, me he cobijado en esa comodidad en la que nos refugiamos las personas de carácter difícil o poco generoso, hasta que un día, como ocurrió áquel, nos vemos obligados a tomar el relevo y a llenar el interior de un coche con palabras y quisiéramos que los demás pusieran en nuestro relato el interés que nosotros nunca pusimos en el suyo. Para que luego digan que no reconozco mis defectos. No sólo los reconozco sino que trata de superarme, pero me resulta muy difícil, mucho, porque hablando con total sinceridad ( como hablo ahora) la verdad es que no me suele interesar la mayoría de las cosas que me cuentan. ¿ Es sólo problema mío? No lo creo, en serio lo digo. La gente te cuenta unas cosas soporíferas y para colmo si estás viendo día tras día a las mismas personas, te mortifican sin piedad con lo mismo, con el mismo recuerdo, con la misma anécdota, y es ese aburrimiento el que te puede llevar, como fue mi caso, a no enterarte de lo que de verdad importa. " ("Una palabra tuya" Elvira Lindo. )


A pesar de todo lo dicho antes, también valoro el silencio y reivindico la necesidad de cultivar el silencio. Vivimos en un mundo donde hay mucho ruido, entendiendo ruido en un sentido amplio. No solo hablo del ruido generado por el funcionamiento habitual de las ciudades. Hablo de todo el bombardeo de opiniones, informaciones, imágenes generado por la omnipresencia de las telecomunicaciones, y que pueden llegar a aturdirnos.

Y hablando de silencios necesarios, casi terapeúticos, me ha venido a la memoria otra canción de"El último de la fila".
En ella se dice algo así: " Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio no lo vayas a decir". También es un buen consejo.

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